Todavía no he contado nada de Nueva York y, si sigo postergándolo, llegaré a no escribir nada en absoluto, como en Londres: había tanto que hacer y tantas cosas que ver, que por pereza de contar todas, no contaba ninguna. Así que, puesto que hoy no se puede estar mucho en la calle porque hay una ola de frío polar que te rilas, refunfuño y me siento aquí, a ver cuánto duro.
Me gusta esta ciudad. Después de tres semanas aquí, ya he logrado quitarme la pulsión quiero ver todos los sitios que salen en las series de la tele, o casi, y puedo disfrutar de lo que la ciudad ofrece, que es mucho.
En una sola semana (léase: la que acaba de terminar), en Nueva York uno puede: ver la Superbowl, celebrar la victoria de los Giants en plena calle, ir a una fiesta universitaria, discutir de política comparada entre Italia y España en un café, caminar sesenta manzanas, curiosear la cartelera de los teatros de Broadway, cenar en un restaurante etíope sin utilizar cuchillo ni tenedor, asistir a un concierto de jazz en un local legendario de Harlem, ver la celebración del Año Nuevo lunar chino y maldecir el frío unas doscientas veces. Que digo yo que no está mal. Y eso que el frío obliga a acortar las salidas -maldito frío- -doscientas una- porque a las dos horas de pateo los dedos de manos y pies se declaran en huelga, y hay que entrar corriendo en un café o en una tienda para ver si se ponen otra vez sonrosaditos y redondetes.
De Nueva York y los neoyorkinos se ha dicho ya todo, así que no quiero repetir los tópicos manidos: ciudad cosmopolita, arquitectura impresionante, vida propia, calles que invitan a andar, y ya paro porque sí que los estoy repitiendo, vaya. Pero hay una cosa que sí me llama la atención de la gente de aquí: en general, tienen estilo.
Acostumbrada a Londres, donde para las inglesitas el epítome de la elegancia consiste en ir en tirantes, minifalda o minivestido y sandalias, haga frío o no, se tengan lorzas o no, con toda esa carne blancurria expuesta sin contemplaciones, me llama la atención cómo la gente de aquí cuida su apariencia. No me refiero a que vayan todos vestidos de marca, ni que gasten millonadas en ropa, (aunque alguno habrá, supongo), qué va. Con una tontería de nada, un gorro viejo pero distinto, una bufanda enrollada de forma imaginativa, unas medias chillonas, se marcan un look fashion que llama la atención, pero en sentido positivo. Seguramente son los más expertos atracadores del armario de la abuela del mundo, pero le sacan partido a la rapiña. Y las numerosas tiendas de ropa de segumda mano y ropavejeros que hay por la zona lo confirman.
Habrá quien me diga que esto solo pasa en el Soho y que en el Upper West Side todo lo que hay son Charlottes vestidas de Prada, y yo no digo que no. Pero es que todavía no he estado mucho en el Upper West Side. Pero ya os contaré.
¿O no? ¿Continuará?
martes, febrero 12, 2008
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