Pues resulta que una se crea un blog para informar a amigos, familiares, conocidos y demás habitantes del mundo mundial de cómo se vive en Barcelonia, y de repente se encuentra con que, apenas a 3 entradas de la fiesta de inauguración, ya está escribiendo el articulillo de despedida.
Este hecho sugiere (i) que la autora ha sido un poco vaga al actualizar la bitácora (a lo que ella aduce que la vida taaan interesante en Barcelonia no le ha permitido ni un segundo libre), y (ii) en fin, que la estancia ha sido, ciertamente, breve.
Ya no habrá más patinaje por el casco antiguo de Barcelona, con Carlitos protestando porque, ahora que le habían cogido en la London después de tanto ajetreo, a ver si va a partirse él la crisma contra un adoquín y tanto preparar ensayos ha sido para nada.
Ya no habrá más piques con ciclistas anónimos por el carril bici de la diagonal, en el que cada semáforo es una línea de salida para una carrera desaforada (qué entrada de blog tan buena, lástima que nunca la escribí).
Ya no habrá más cenas en el gallego, Shibui, Polpa, Thai Gardens, Vaso de Oro, Quimet Quimet, Xampanyet, etcétera etcétera (iba a poner "cenas, pinchos y tapas", pero desengáñate, viajero: Barcelona tiene muchas cosas que molan, pero bares de tapas, no).
Ya no habrá más juergas en Quilombo, Light of Gas... (esta lista es corta, porque la golfería madrileña se convirtió en responsabilidad parejil al trasladarse a Barcelona. O qué pasa).
Y en fin, que nuestros siete lectores (que nos consta, ya han llegado a ser casi catorce) (incluidos Carlita y Jamie que apenas tienen semanas), ya no disfrutarán de la vida en Barcelona narrada a través de nuestros ojos (elevo el tono para que se capte la trascendencia de este momento).
Pero en cambio... van a poder disfrutar mucho más de la nueva etapa... Londres... con el cambio editorial MALIGNÍSIMO que eso supone. Ya os lo cuento, así volvéis a entrar otro día, que me dan las estadísticas muy pocas visitas y eso, en un blog de vocación internacional y mundano como éste, no pué ser.
miércoles, julio 26, 2006
lunes, julio 03, 2006
We are sorry, so sorry
Ya no quiero esconderlo más: tengo una relación paralela. Todos los días, en cuanto Carlos sale de casa, yo descuelgo el teléfono y paso minutos, horas, mañanas enteras, escuchando la voz al otro lado del teléfono, mientras susurro reproches, recuerdo promesas olvidadas, para terminar gritando y clamando al cielo con una furia española que para sí quisiera esa Selección nacional del pan pringao que por ahí pulula.
En mi descargo, tengo que decir que no soy la única que tiene estos amores culpables. Conozco muchas chicas (y chicos) que, en algún momento de su vida, se han dejado seducir por el magnetismo irresistible, la atracción irrefrenable, de ellos. Los que nos atrapan en seguida, nos crean dependencia, nos obligan a repetir una y otra vez... los inefables servicios de atención telefónica. Actualmente mantengo una pasional historia de odio-odio con mi proveedor de Internet, pero antes fueron la compañía de teléfonos, el servicio de reparaciones de mi ordenador, la empresa donde tengo alojado el dominio Web...
No voy a aburrir con los detalles de este tipo de relación, porque todo el mundo sabe cómo son. Empieza por una inocente llamada, va seguido de un aumento en la frecuencia de llamadas parejo al crecimiento de la mala uva del que llama, y termina dos meses después, de pura chiripa, cuando por fin consigues dar con el único de los 120 telefonistas que sabe de qué habla o cuando (con menor frecuencia) la compañía te soluciona el problema. Pero cuando se soluciona, te quedas sola, con tus instintos homicidas recién descubiertos (matar-a-alguien, matar-a-alguien), aturdida y confusa.
Menos esta vez. Porque después de dos meses de batalla casi diaria, de la retahila de "Quiero hablar con alguien que entienda, ¡puñetas!", "Oiga, yo no tengo nada que ver, a mí que me cuenta", o "Oiga, yo no puedo pasarle con un supervisor. Si quiere protestar, tendrá que enviar una carta", mi proveedor de Internete, tan picarón él, se me ha descolgado con esto:
Una recopilación de canciones que se titulan (copio): I'm Sorry, Sorry seems to be the hardest word, Sorry, Perdona, Perdoname. El mensaje, profundo e intrincado, parece difícil de descifrar, pero creo que se entiende. Claro que a mi me habría puesto más un vídeo del director general en calzones flagelándose a causa de su manifiesta incompetencia. Pero bueno...
Y en fin, yo, mañana, culminaré esta bella historia llena de pasión gavilana dándome de baja del servicio. Porque me canso de que intenten comprarnos con un lápiz. Porque el feminismo moderno impide rebajarse por un ramito de flores o perdónames. El que nos vayamos a ir de aquí en un par de semanas también podría influir. Pero sobre todo porque, por pura mala suerte, el disquito ha llegado al mismo tiempo que la factura de teléfono. Y con lo que me he dejado en su maldito nueve-cero-dos podría haberme comprado yo misma las obras completas de Brenda Lee y los otros cuatro autores de su recopilación preciosa. Hay que fastidiarse.
En mi descargo, tengo que decir que no soy la única que tiene estos amores culpables. Conozco muchas chicas (y chicos) que, en algún momento de su vida, se han dejado seducir por el magnetismo irresistible, la atracción irrefrenable, de ellos. Los que nos atrapan en seguida, nos crean dependencia, nos obligan a repetir una y otra vez... los inefables servicios de atención telefónica. Actualmente mantengo una pasional historia de odio-odio con mi proveedor de Internet, pero antes fueron la compañía de teléfonos, el servicio de reparaciones de mi ordenador, la empresa donde tengo alojado el dominio Web...
No voy a aburrir con los detalles de este tipo de relación, porque todo el mundo sabe cómo son. Empieza por una inocente llamada, va seguido de un aumento en la frecuencia de llamadas parejo al crecimiento de la mala uva del que llama, y termina dos meses después, de pura chiripa, cuando por fin consigues dar con el único de los 120 telefonistas que sabe de qué habla o cuando (con menor frecuencia) la compañía te soluciona el problema. Pero cuando se soluciona, te quedas sola, con tus instintos homicidas recién descubiertos (matar-a-alguien, matar-a-alguien), aturdida y confusa.
Menos esta vez. Porque después de dos meses de batalla casi diaria, de la retahila de "Quiero hablar con alguien que entienda, ¡puñetas!", "Oiga, yo no tengo nada que ver, a mí que me cuenta", o "Oiga, yo no puedo pasarle con un supervisor. Si quiere protestar, tendrá que enviar una carta", mi proveedor de Internete, tan picarón él, se me ha descolgado con esto:
Una recopilación de canciones que se titulan (copio): I'm Sorry, Sorry seems to be the hardest word, Sorry, Perdona, Perdoname. El mensaje, profundo e intrincado, parece difícil de descifrar, pero creo que se entiende. Claro que a mi me habría puesto más un vídeo del director general en calzones flagelándose a causa de su manifiesta incompetencia. Pero bueno...
Y en fin, yo, mañana, culminaré esta bella historia llena de pasión gavilana dándome de baja del servicio. Porque me canso de que intenten comprarnos con un lápiz. Porque el feminismo moderno impide rebajarse por un ramito de flores o perdónames. El que nos vayamos a ir de aquí en un par de semanas también podría influir. Pero sobre todo porque, por pura mala suerte, el disquito ha llegado al mismo tiempo que la factura de teléfono. Y con lo que me he dejado en su maldito nueve-cero-dos podría haberme comprado yo misma las obras completas de Brenda Lee y los otros cuatro autores de su recopilación preciosa. Hay que fastidiarse.
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